Infinidad de veces hemos tenido en la mente esa idea que al final se queda en el tintero porque según tu expectativa «no va a funcionar» «no será redituable».
Si te dijeran que podrías hacer emprendimiento social en medio oriente ¿lo harías?
Tras cuatro años de guerra civil siria, tres refugiados sirios en Azraq, Jordania, utilizan su ingenio para que la vida en un campamento sea un poco más fácil para todos.
12 millones de personas han huido de sus casas desde que comenzara el conflicto en marzo de 2011. Casi 4 millones de personas han buscado refugio fuera de Siria en los países vecinos (Líbano, Turquía, Irak…). Más de 7 millones siguen desplazadas dentro de su propio país. Jordania es uno de los países que acoge a más de 620.000 refugiados sirios. El Campo de refugiados de Azraq se abrió el año pasado para ayudar a hacer frente a la afluencia de personas que no dejaban de llegar desde Siria buscando refugio.
A pesar de las duras condiciones de vida, tres refugiados sirios en Azraq han puesto a trabajar su creatividad, demostrando su talento, conocimientos y ganas de lograr un futuro mejor ya.
Kareem tiene 65 años, tuvo que huir junto a su mujer y sus 14 hijos de su aldea de Homs en Siria. Aunque no terminó la escuela secundaria, siempre se le dio bien la construcción, trabajaba en dicho ámbito una empresa y tenía una casa cómoda, una granja y varias tiendas. Un día unos hombres llegaron a su casa, le amenazaron y tuvo que huir con su familia además de entregarles todo el dinero que tenía. “Me fui de Siria porque temíamos que iban a volver a matarnos a todos”, explica Kareem. Sin trabajo y nada que hacer la vida en un campo de refugiados se hace muy tediosa. Por ello, para pasar el tiempo, Kareem construyó un gran avión de juguete para sus nietos, usando materiales que encontró por ahí (alambres, cuerdas, hojas de aislamiento…). Ahora se ha convertido en un constructor de juguetes y alegra la vida de muchos pequeños en el campo. “Los aviones me encantan. Esto me ayuda a aliviar el estrés”, apunta el juguetero.
Hassna llegó desde Deraa, al sur de Siria. Tiene 60 años y un profundo conocimiento de la botánica. Con él ayuda a otros refugiados atendiéndoles con sus remedios creados a través de las propiedades medicinales de las plantas. Antes de ser refugiada viajó por el mundo asistiendo a conferencias científicas, y supervisaba bancos de semillas y viveros llenos de variedades de plantas desconocidas y muy útiles. «Me fui de mi casa sin nada, solo cogí 15 libros sobre el estudio de plantas medicinales, y también he traído mis semillas más preciadas», explica Hassna.
Jihad tiene 52 años y desde que huyó de Siria no ha dejado de construir objetos de utilidad para la comunidad: lámparas solares, una ratonera, un grifo de agua corriente y otros elementos útiles para su hogar y el resto de refugiados de Azraq. Cuando él y su familia llegaron a este campo el pasado mes de junio se dieron cuenta de que no había electricidad, por ello, como buen fontanero y electricista autodidacta que era empezó a crear objetos para tener luz a través de energía solar. «A veces no hay sol, por lo que no arrancan las lámparas. Eso significa que nos tenemos que acostar temprano. Pero hay viento, y el viento es también es bueno para generar energía», explica Jihad.
Originario de Homs, Jihad salió de la ciudad sitiada en 2012 y se mudó con su esposa y sus cuatro hijos a la relativa seguridad de Damasco. Alquiló un apartamento utilizando los ahorros que había acumulado al trabajar para una compañía petrolera en Argelia, pero no al final su situación se hizo insostenible. «Nos alojamos allí durante casi dos años, tras perder todo lo ahorrado durante una vida y nos vimos obligados a salir». Al llegar a Azraq, al principio tenían mucho miedo, pero Jihad empezó a resolver los problemas y todo mejoró. «Estábamos a salvo y acabé viendo oportunidades. Crear cosas que ayudan a los otros nos ayuda», añade.
La autora de este texto es Beatriz Revilla, responsable de contenido del Comité español de ACNUR (@eacnur)
el artículo original aquí vía «El País»
Comment